Tanto el arte como el juego han tenido una fuerte presencia en nuestra cultura desde la antigüedad, vinculándose al momento de fundar nuevos universos, creando leyes propias.
El juego tiene como principio el ser constructor-destructor; es por eso que artistas y niños comparten en el juego el instante de introducir universos al ya existente.
Hoy nuestra sala se convierte en un play room.
¿Por qué volver a jugar?
Preguntémosle a nuestros artistas invitados: Gustavo Cabrera, Paz Miriuka, Ariel Mora, Clarisa Poggi, Celeste Vénica y el Grupo Turbo (Sil Coy, Gera Pichaud, Mati Videla)
¡Volvamos a jugar!
Para eso también hemos invitado a unos chicos que saben mucho del tema: Juan Exequiel González (12), Sabrina Lucero (10), Ulises Pereyra (3), Dolores Poggi (10), Tomás Porta (9) y Lucas Schneider (13)
El juego tiene como principio el ser constructor-destructor; es por eso que artistas y niños comparten en el juego el instante de introducir universos al ya existente.
Hoy nuestra sala se convierte en un play room.
¿Por qué volver a jugar?
Preguntémosle a nuestros artistas invitados: Gustavo Cabrera, Paz Miriuka, Ariel Mora, Clarisa Poggi, Celeste Vénica y el Grupo Turbo (Sil Coy, Gera Pichaud, Mati Videla)
¡Volvamos a jugar!
Para eso también hemos invitado a unos chicos que saben mucho del tema: Juan Exequiel González (12), Sabrina Lucero (10), Ulises Pereyra (3), Dolores Poggi (10), Tomás Porta (9) y Lucas Schneider (13)
Marcelo F. A. del Hoyo
Curador – Sala de Arte SOSUNC
El vacío y el caos atentan contra la identidad personal. Se anteponen y obturan la búsqueda del sentido. Necesitamos conciliar con esta realidad, y lo hacemos de diversas maneras, en el encuentro con otros, en el paseo y la diversión, presenciando la danza y la mímica, observando con atención como el actor representa nuestras alegrías y nuestras angustias, siempre buscamos canales de encuentro que respondan a las formas de la cultura y que a su vez, nos permitan pertenecer a un sistema de códigos donde no seamos ajenos, es decir, donde seamos protagonistas activos.
Es necesario que un espacio, que se nos presenta cambiante y peligroso, pueda convertirse en morada, en un verdadero lugar en el cual se constituya la experiencia. Aquella que sea posible relatar, la que podemos modificar a gusto, sabiendo nuestro interlocutor, que lo que está en juego es nuestra habilidad de contar y no la comprobación en la veracidad de los hechos. El espacio debe convertirse en morada porque es en ese orden en donde nosotros preferimos que aparezca el azar. Se trata de controlar la velocidad de la vivencia, de disfrutar su tránsito, de construir sentido a través del tiempo. De poder vivir la experiencia completa, la que no es posible explicar con palabras, porque no siempre nuestro sistema de códigos, de letras y frases alcanza para transmitirla. La experiencia completa que también contiene la idea de unidad de sentido, de significación. Es un gesto, una imagen, la representación, la danza, el sonido y también el juego. Hablamos de la experiencia estética.
El juego como lo más cercano a la idea de organización de un espacio propio y compartido, el de la zona común de experiencias, cabalgando entre la ficción y la realidad, sin perder nunca el sentido de realidad, porque de eso se trata, de conectar con la vida y la cultura, de establecer puentes, de caminar sobre la cúspide de un techo a dos aguas, entre lo real y lo ficcional, corriendo los riesgos, desafiando las alturas y conectando con la experiencia de lo posible. Jugar es combinar los aspectos de la vida cotidiana, y bucear en las formas nuevas, sabiendo que son el resultado de la historia de lo ya construido.
Recobrar la continuidad de la experiencia cotidiana con lo que llamamos arte y estética (y que normalmente vemos distante y selectivo) es tarea también de lo lúdico. Donde es necesario estetizar para imaginar otra realidad, y así, poder habitar los tableros de un orden inventado, y repetir por placer, “al niño nada lo hace más feliz que el otra vez” (Walter Benjamín). Fugaz, simulado y placentero. Tan lejos y tan cerca de la vida común, como el arte.
Es necesario que un espacio, que se nos presenta cambiante y peligroso, pueda convertirse en morada, en un verdadero lugar en el cual se constituya la experiencia. Aquella que sea posible relatar, la que podemos modificar a gusto, sabiendo nuestro interlocutor, que lo que está en juego es nuestra habilidad de contar y no la comprobación en la veracidad de los hechos. El espacio debe convertirse en morada porque es en ese orden en donde nosotros preferimos que aparezca el azar. Se trata de controlar la velocidad de la vivencia, de disfrutar su tránsito, de construir sentido a través del tiempo. De poder vivir la experiencia completa, la que no es posible explicar con palabras, porque no siempre nuestro sistema de códigos, de letras y frases alcanza para transmitirla. La experiencia completa que también contiene la idea de unidad de sentido, de significación. Es un gesto, una imagen, la representación, la danza, el sonido y también el juego. Hablamos de la experiencia estética.
El juego como lo más cercano a la idea de organización de un espacio propio y compartido, el de la zona común de experiencias, cabalgando entre la ficción y la realidad, sin perder nunca el sentido de realidad, porque de eso se trata, de conectar con la vida y la cultura, de establecer puentes, de caminar sobre la cúspide de un techo a dos aguas, entre lo real y lo ficcional, corriendo los riesgos, desafiando las alturas y conectando con la experiencia de lo posible. Jugar es combinar los aspectos de la vida cotidiana, y bucear en las formas nuevas, sabiendo que son el resultado de la historia de lo ya construido.
Recobrar la continuidad de la experiencia cotidiana con lo que llamamos arte y estética (y que normalmente vemos distante y selectivo) es tarea también de lo lúdico. Donde es necesario estetizar para imaginar otra realidad, y así, poder habitar los tableros de un orden inventado, y repetir por placer, “al niño nada lo hace más feliz que el otra vez” (Walter Benjamín). Fugaz, simulado y placentero. Tan lejos y tan cerca de la vida común, como el arte.
Prof. Rolando Schnaidler
UNComahue
Curador invitado
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